Falsos llantos, dulces noticias [Adam]

por **Lilith** Vie Sep 02, 2011 10:47 am

No hacía falta acudir al Oráculo para darse una por enterada de la situación de El Continente. Desde mi Corte de las Sombras, en un escondido lugar apartado cerca de la sala de invocaciones, se hallaba un enorme caldero de viejo latón. Me encargué de encender un considerable fuego con chasquear los dedos bajo el caldero y vertí sobre él una jarra de aguas tenebrosas, de las que nacían en los manantiales de mi pequeño gran mundo subterráneo. Me hice un corte no muy profundo en la palma de la mano con mi athame y la sangre cayó sobre el líquido, que pronto empezó a teñirse de escarlata al tiempo que hervía.
- Que bien vino catar la sangre de los reyes aquel día... - Murmuré para mí misma con voz cantarina, y en el reflejo del agua del caldero se veían ahora tres huecos, en cada uno, se encontraba cada heredero de los antiguos reyes. Adam Alexandros... ¿cuántos de esos habían pasado ya por el trono? Una se aburría ya con tanto nombre repetido... Una sonrisa felina se dibujó en mi rostro, y tras recitar unas cuantas palabras en arcano, el idioma de la hechicería, un gran torbellino me envolvió.
Cuando abrí los ojos, me encontraba frente a los portones del castillo de Orbis... ese mármol tan bonito... Me mordí el labio, observando mis ropajes, de época, por supuesto. Después de tantos siglos, había que seguir estando a la moda, ¿no?
Duraron poco, pues los desgarré con la mano. Tomé un poco de carboncillo que robé a un pintor callejero y me manché de la horrible suciedad azabache. Genial... toda una plebeya sin dinero alguno, sumida en la pobreza, perdida en la amargura.
- ¡Majestad, majestad! - Dije tras abrir los portones que daban a la sala de audiencias, con voz triste y preocupada, con falsas lágrimas cayendo a chorros de mi mirada felina. Me arrodillé en el suelo, a varios metros alejada del trono del joven monarca. Tenía el mismo porte que sus antepasados... Vaya... era tan sumamente atractivo... - ¡Os lo suplico tened piedad y prestadme vuestro apoyo! - Chillé, desesperada y con angustia. Los soldados que protegían al rey se acercaron a paso ligero para apresadme - ¡Por favor! - Comencé a llorar aún más fuerte, sollozando continuamente.
Cuando terminara mi pequeña intrusión en el castillo, esos estúpidos guerreros morirían entre horribles sufrimientos, sofocados entre mis llamas de rencor.

por **Adam Alexandros** Vie Sep 02, 2011 11:53 am

Caminé con decisión hacia la sala del trono. Llevaba puestas la capa y la corona real, signo de que hoy me tendría que quedar en el castillo, quisiera o no...
Según caminaba por los pasillo acompañado por Edgar, el mayordomo, los miembros del servicio y de la aristocracia se inclinaban pronunciando el típico "Majestad..."
Ponía los ojos en blanco cada vez que lo hacían, pero como dice Edgar, "Hay que mantener el porte regio en todo momento, alteza."
Al llegar a la sala de audiencias y sentarme en el trono, Edgar comenzó a recitar de memoria todo lo que me tocaba hacer. Yo, simplemente, apoyé el brazo en el brazo del trono y descansé la cabeza en el puño mientras hacía que le escuchaba.
De pronto, las grandes puertas de madera que daban al exterior del castillo se abrieron dando paso a una andrajosa y sucia mujer, que pedía ayuda desesperadamente. Se arrodilló en el suelo y llenó toda la sala de sus gritos. Dos soldados se acercaron a ella prendiéndola de los brazos y arrastrándola fuera de la sala mientras ella seguía pidiendo ayuda. No podía dejar que se la llevaran así...
-¡Alto! ¡Soltad a la mujer ya!
Los soldados la dejaron libre y ella se acercó más al trono. Yo adelanté la espalda y la hablé suavemente.
-¿Qué os ocurre pobre señora? ¿A qué venís a implorar tan desesperadamente?

por **Lilith** Vie Sep 02, 2011 9:13 pm

Con una orden del rey los soldados cedieron y me abrieron paso. Yo continué con ya memorizado drama, arrastrándome por el suelo frío, de un material parecido al mármol, pero cubierto con terciopelo oscuro.
- Gra-gracias - Tartamudeé sin dejar de sollozar y me arrastré justo casi en frente de donde se encontraba el joven monarca. Los soldados hicieron de nuevo el amago de querer detenerme, pero el rey Alexandros alzó una mano, y se apartaron, regresando a sus puestos - Majestad... - Dije, llorando como una condenada al tiempo que hacía una pequeña reverencia - Sus hombres han apresado a mi marido y se han llevado a mis dos hijos, están acusados de hurto, y ya os puedo afirmar yo en persona que tal acusación es falsa - Me sequé las lágrimas con parte del vestido roto, y luego alcé la cabeza, mirándolo a los ojos muy serena - Condenarán a muerte a mi señor y mancos dejarán a mis retoños. Sálvelos - Más que una súplica o petición, pareció un mandato. Claro, sencillo y preciso.

por **Adam Alexandros** Vie Sep 02, 2011 9:48 pm

Escuché atentamente y con un poco de sorpresa la historia de la mujer. ¿Por qué pasaban cosas como esas en el reino y yo no estaba enterado? Odiaba que mi padre hubiese permitido a los soldados del reino llevar la justicia por su mano en los casos de delito menor... Después de todo yo era el rey ¿No? El que debía manejar el reino se supone que soy yo...
Al terminar de explicar su situación alzó la mirada y me suplicó que los salvase. ¿Me lo suplicó? Más bien parecía una orden... Supuse que sería de los nervios.
Sin embargo, su rostro me resultó familiar por un momento. Esa forma de la cara, esa nariz, esos ojos felinos... Me recordaban a alguien que había visto en un tapiz hace tiempo... No, seguro que serían imaginaciones mías.
-¿Y vos podéis afirmar que de verdad ellos no robaron y podéis contradecir los delitos de los que se les acusa?
La miré pensativo. Era el rey, pero no podía utilizar la justicia como me diera la gana. Necesitaba que ella me diera razones por las que no condenar a su familia. Tal vez porque fuera demasiado bueno o demasiado ingenuo, pero creí sus palabras, por lo que si me daba un simple indicio de que los soldados estaban equivocados, yo liberaría a su familia.

por **Lilith** Vie Sep 02, 2011 11:05 pm

Lo miré con tristeza en los ojos.
- No porto pruebas que contradecirlo puedan - Afirmé, restregándome un ojo - Pero le aseguro, majestad, que si verdad fuera, y vos librárais a mi familia de este dilema, jamás volvería a suceder - En mi interior pensaba hasta qué punto podría llegar la bondad del rey. Yo lo puse en una situación complicada: hubieran robado o no, jamás volvería a suceder... pero... ¿debía el soberano de Orbis librar su reino de ladronzuelos sin testimonio de ninguna parte, o por lo contrario, tenía que darles una segunda oportunidad, aún sin un mísero testimonio...?
Sonreí para mis adentros, y fingí preocupación y estrés superficialmente.

por **Adam Alexandros** Sáb Sep 03, 2011 3:54 am

Me mordí el labio con preocupación. ¿Qué podía hacer? No podía liberar a su familia sin que me presentara un testimonio fidedigno... Sin embargo, no quería ver a aquella mujer sufriendo si de verdad su esposo y sus hijos eran inocentes de aquella acusación.
-Lo siento, pero no puedo tomar la decisión de liberar a vuestra familia si no presentáis un testimonio fiel que contradiga la actuación de mis hombres...
Ella volvió a intentar a hablar pero la corté levantando la mano. No había terminado de hablar...
-Sin embargo, buena señora, podemos ir a hablar con vuestro marido y vuestros hijos a las celdas. Ellos podrían explicarme mejor la situación. ¿Qué os parece?
La tendría que llevar conmigo, si no, no sabría quienes serían los acusados...
Noté como un brillo surgió en los ojos de la mujer cuando le sugerí aquello. Sería de la alegría... O al menos, eso quise pensar...

por **Lilith** Sáb Sep 03, 2011 4:41 am

Los ojos se me iluminaron.
Oh, por fin, podría reencontrarme con mi amado y sentir la calidez de mis hijos en un abrazo
- Se-se lo agrad-agradez-co mucho, su majestad - Le dije, arrodillándome ante él de un modo noble - Me gustaría mucho acompañaros, por favor... - Pensé un momento qué hacer... Mmmm... estaría bien bajar y... oh, sí, sería divertido...
Me puse en pie:
- Cuando vos queráis, mi señor - Imploré en un susurro, con los ojos llorosos y plagados de desesperación e incertidumbre.

por **Adam Alexandros** Sáb Sep 03, 2011 6:39 am

Me levanté del trono y Edgar me detuvo diciendo que igual no sería una buena idea.
-Dejadme, Edgar, tengo capacidad para decidir lo que considero oportuno y lo que no... Después de todo, ¿Soy el rey de Orbis o no?
El mayordomo realizó una reverencia y dejó que marchara junto a la mujer, aunque los dos soldados de antes nos siguieron. Era increíble que aun siendo yo el rey todo el mundo me tomara por el pito del sereno y cuestionara mis decisiones... Cuando no me comporto como rey me ordenan que lo haga y cuando lo hago cuestionan mis órdenes. ¿Esto es Orbis? Debería cambiar el nombre a "Chifladoland"
Cuando llegamos a las celdas miré a la mujer.
-¿Cómo se llama vuestro marido?
Los dos guardias nos seguían muy de cerca.

por **Lilith** Mar Sep 06, 2011 11:37 pm

En el trayecto hacia los calabozos sentí la mirada penetrante de dos soldados tras nosotros. Se olía bastante mal allí, normal para estar a tantos metros bajo tierra. Allí no había encerrada mucha gente, más que nada porque El Continente era ahora un lugar de paz y armonía, donde lo peor que podía suceder era un estúpido asesinato cada tropecientos años y un par de hurtos sin relevancia al mes. Que aburrido... durante mi reinado todo era más divertido: gritos, fuego, sangre, torturas, poder... Sonreí felinamente.
- Mi marido... - Mi sonrisa se ensanchó a aún más, sin apartar la mirada del rey - Mi marido se parece un poco a esos dos - Cuando pronuncié esas palabras, señalé a los dos guardias. Los ojos me ardieron un segundo, y ambos hombres se redujeron a cenizas entre horribles sufrimientos. Solo quedaron los restos escondidos bajo sus armaduras, que quedaron en el suelo sin cuerpo que resguardar - Todo juego tiene un comienzo, recuérdalo - Susurré al oído de Adam, y me disolví mediante fuego riendo.

Jamás creerían al iluso rey, pues yo era inteligente: esos guardias no eran más que dos de mis demonios estúpidos disfrazados, haciendo el paripé, y en cuanto pasaran apenas dos minutos, cenizas y armaduras desaparecerían para siempre. Además, Adam nunca reconocería mi rostro, pues con varios brebajes y un poco de carbón, mi rostro se había deformado completamente.

Los efectos cesaron. Contemplé mi reflejo en un charco de agua pura pero negra, allí en mi Corte Oscura, volvía a ser tan hermosa como siempre...
Mi siguiente movimiento... sería en breves... Se aproximaba una celebración importante para todo El Continente, y allí estaría la tríada de monarcas.

por **Adam Alexandros** Miér Sep 07, 2011 2:29 am

Ella se giró y señaló a los guardias que nos seguían de cerca, indicando que su marido se parecía mucho a aquellos dos. De inmediato comenzaron a arder en una llamas vivas y rojas como la sangre y al extinguirse, lo único que quedaba de ellos eran unas oscuras y sueltas cenizas.
Dirigí mi mano hacia la empuñadura de mi espada, pero antes de que pudiera hacer nada, la mujer me susurró al oído y desapareció entre llamas.
Desenvainé la espada y realicé un rápido movimiento con ella, pero lo único que pude cortar fue el aire y el humo que las llamas mágicas habían provocado en el ambiente.
Me dirigí rápido hacia las armaduras que yacían en el suelo cubiertas de cenizas, pero antes incluso de poder tocarlas, se desvanecieron.
¿Quién era aquella mujer? ¿Qué pretendía viniendo al castillo? y, lo más importante de todo, ¿Que quiso decir con aquellas palabras?
Los restos de los soldados desaparecieron y yo no pude hacer otra cosa que volver a subir hacia la sala de audiencias, donde me esperaría un largo día de visitas, y por si fuera poco, también tendría en la cabeza dudas sobre aquella mujer, de la cual me hicieron muchas preguntas y no supe responder a ninguna.

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